A dónde van los muertos

En México celebramos actualmente durante el mes de Noviembre la visita de nuestros familiares difuntos. Una tradición ancestral que tenía como propósito darle a nuestros familiares las herramientas necesarias así como alimentos para que pudieran superar con éxito los niveles del Mictlan, que dicho sea de paso no es un "infierno" como el que maneja el catolicismo, es más como aquello que nuestra alma vive después de la muerte del cuerpo físico.

Ellos nos visitan en Noviembre pero se pueden ir en cualquier día del año, sea primavera o verano, se van cuando deben irse sin importar la edad o lo bueno que pudieron ser. Afortunadamente para todos, esta vida tiene fecha de caducidad. Vivir una eternidad nos quitaría el placer de sorprendernos, desde la visita de los reyes magos, una boda o el nacimiento de un nuevo integrante de la familia. Todo tiene un ciclo y para que otros puedan iniciarlo, unos deben partir con todas las lecciones que esta vida les dejó. Todos volvemos para seguir aprendiendo.

La lección que nos queda a los que seguimos vivos es caminar sin prisa, sintiendo la tierra en nuestros pies, sonreir cuando el sol salga, y también cuando llueva sin parar, amar a nuestro cuerpo, con y sin cicatrices, valorar el cariño de las personas a nuestro alrededor y sobre todo, dejar ir a nuestros seres queridos cuando deban partir porque tarde o temprano partiremos igual. 

Existe la posibilidad de que el Mictlan haya sido solo una forma de ayudar a los corazones rotos de la gran Tenochtitlan para tener un consuelo y remendar con lágrimas de alegría esos corazones, a no temerle a la muerte, un proceso que se repetía indefinidamente y que a la fecha lo sigue haciendo, a entender que no nos llevaremos nada, ni las flores que lleven a nuestros funerales, ni las ofrendas ni el oro ni las joyas, ni la carne ni los huesos, tan solo nuestros recuerdos, nuestros cantos y la certeza de haber vivido amando el camino que elegimos. Si aún no estas haciendo lo que amas, ¿Cuánto tiempo más vas a esperar?