Una tarde lluviosa de regreso a la cabaña de mi maestro vi a lo lejos al mensajero del pueblo, lucía pálido y muy asustado, caminaba en dirección contraria a la mía. Al verme aceleró el paso y cuando nos alcanzamos me dijo exaltado: -Ustedes están locos, solo alguien sin cordura se atrevería a enfrentarse a las fuerzas del mal-. Sin entender lo que pasaba, aceleré el paso para llegar pronto a mi destino, como si con ello pudiera evitar que la lluvia me mojara menos.
Llegando a la cabaña le conté a Armel, mi maestro, lo sucedido. Mientras me secaba y guardaba la despensa en la alacena, mi maestro se dirigía al comedor de madera viejo que estaba en el centro del lugar y arrastrando la silla encendió su cigarro de tabaco artesanal, de esos que vende la curandera del pueblo, mezcla dulce de anis con tabaco que relaja todo tu cuerpo y que Armel solo enciende cuando se prepara para un exorcismo. -¿Estudiaste los cantos que te di?- guardé silencio al no tener una excusa para mi falta, entonces Armel me dijo: -Hoy entenderás la importancia de los cantos, si quieres ser mi aprendiz no solo debes ir al pueblo por comida, necesito compromiso, entrega y amor por el servicio, tal vez tu juventud no te permita verlo pero somos guerreros de la luz, estamos esparcidos por todo el país atraídos por las fuerzas oscuras que acechan pueblos como este, con la única finalidad de proteger a nuestros hermanos-. Era la primera vez que me hablaba tan serio, se me caía la cara de vergüenza. -Arregla tu morralito con medicina y trae tu tambor, hoy nos toca ganarnos la chuleta-. Solo esperaba mi regreso para irnos rumbo a la casa de la profesora de primaria del pueblo, parece ser que a su hija la "embrujaron" o eso es lo que dice el doctor, joven practicante que ha visto los horrores de la magia negra en este lugar pero se niega a pedir ayuda a mi maestro cuando se presentan estos casos.
Durante el camino dejó de llover y vimos a un ciervo blanco atravesar el sendero del bosque con calma, parece que notó nuestra presencia pues se regresó para mirarnos fijamente. Medía más de dos metros de alto, majestuoso y con gallardía, sus astas eran enormes y frondosas, si hubiese querido nos atraviesa a ambos en un parpadeo, un animal así puede intimidar hasta al más valiente. Yo estaba tan sorprendido que no me di cuenta de lo que Armel hizo al ver al ciervo. Con una rodilla en el lodo y otra flexionada, agachó su cabeza en señal de respeto al animal y mencionó la palabra "alce" en la lengua nativa de los cantos, cuando recuperé el aliento noté que el ciervo hizo una reverencia similar, como si el ser reconociera al maestro y supiera a donde nos dirigíamos. El suceso terminó cuando escuchamos un grito desgarrador cerca de ahí, el animal siguió su camino y Armel aceleró el paso rumbo a nuestra misión.
Al llegar a la casa notamos que la profesora estaba en el patio sollozando sin percatarse aún de nuestra presencia. Armel silbó de forma peculiar, fue entonces que la profesora alzó la mirada y su rostro se iluminó, sonrió aliviada, corrió a los brazos de mi maestro y permanecieron abrazados por unos minutos. Armel sostuvo su cara entre sus manos y con una mirada amorosa le dijo: -Todo va a estar bien Marlene-. ella soltó una risa nerviosa junto con un par de lágrimas, no tenía palabras para expresar lo que sentía pero yo pude percibir su vibración, como si el pecho se me llenara de calor, es el chackra del amor. Pienso que alguna vez fueron algo más que simples conocidos pero Armel no me ha enseñado telepatía así que por ahora me quedaré con la duda.
De pronto el cielo se nubló, la puerta de la casa de Marlene se abrió sola, se me erizó toda la piel. Fue entonces que mi maestro me pidió consagrar el lugar. Saludé a los rumbos con tabaco y encendí salvia pidiendo permiso para llevar a cabo la obra, sentí un calor más tenue en mi pecho. Armel me enseñó que esa era la señal de mis abuelos, es la forma en que ellos me dicen que están conmigo. Escuchamos un grito más y sin perder el tiempo Armel sacó el tambor de su morral, comenzó a entonar nuestro canto de protección y dirigiéndonos lentamente a la casa supimos que la ceremonia había comenzado...

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