Después de verte un par de veces en la calle me decidí a invitarte un café, pensé en llevarte a cenar o al cine, pero como primera cita sentí que una cafetería nos permitiría platicar sin disturbios.
Llegamos al lugar en cuanto el sol cayó. Me sentía intimidado por tu belleza. Estaba nervioso por invitarte a salir, afortunadamente no hubo contratiempo y en la cafetería encontramos un lugar iluminado y romántico. La plática fluyó. De inmediato supe tu nombre completo y tu amor por los perros, tu trabajo, tu teléfono y tú platillo favorito. Entre bocados nacían sonrisas. El tiempo transcurrió veloz, te conté sobre mi familia, mi historia y mis heridas. No sé si fue algo planeado o una torpeza innata, pero en un movimiento extraño tu lápiz labial cayó al suelo, reímos por lo sucedido y fui por él al piso. Al entregártelo toqué tu mano por accidente y me miraste a los ojos. Mis manos sudaban, mi corazón latía fuerte, no quería dejar de verte, tampoco me rechazaste, sin darme cuenta estaba hincado ante ti como si fuera a pedir tu mano. Comenzaste a reír y yo en ese momento fui feliz.
El café se terminó, los postres también pero la plática continuó hasta que el mesero nos avisó que cerrarían pronto. Al pedir la cuenta me dijiste que tú pagarías, fue algo muy extraño, estaba acostumbrado a cubrir los gastos. Fui yo quien te invitó a salir y me explicaste que eres una mujer independiente y que no era el dinero lo que querías de mí. "Hay algo más valioso que no se recupera y es lo que quiero de ti"...
Tiempo.


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